Barcelona, la dualidad cosmopolita

Krish y Martín, caminantes en este viaje

Es cierto que es un gran prejuicio pensar que el originario de Barcelona sólo te responderá en catalán si le preguntas en castellano por algún sitio, o le pides orientación para moverte en la ciudad. Es más, hay quienes aseguran que suelen dejarte con la palabra en la boca y se voltean para seguir su camino si es que osas a no hablarles en su lengua. Nada más alejado de la realidad.

Lo que sí se nota de inmediato es que en esta ciudad tan multicultural se respira un aire independentista, como asistir a un lugar que ya no es español. Miles de banderas a rayas rojas y amarillas, símbolos de la “catalanidad”, cuelgan de balcones y ventanas por toda la metrópoli, como el mensaje aquel de “aquí se acabó España”, del Capitán de Narváez, un español que le grita desde su embarcación a otros españoles, éstos en desgracia, para despedirse de ellos y buscar mejor puerto, en una escena de la película Cabeza de Vaca.

Con los demás españoles, como con los turistas, se mantiene una relación de amor-odio: tan molestos, pero tan necesarios para mover la economía.

 

“aquí se acabó España”

“Claro, nuestra ciudad se dedicaba a la construcción hace unos veinte años; ahora está llena de turistas que traen dinero pero que arrasan con todo. ¡Bueno, pero ustedes sean bienvenidos!”, nos dijo el taxista que nos llevaba al aeropuerto el último día en esta ciudad
 
De todos modos el trato hostil no se prodiga abiertamente. Hay cabida para ser diferente, sobre todo en medio de millares de visitantes coreanos, chinos o japoneses que toman calles, paradas de autobús, metro o las salas del aeropuerto. Todos ellos se mezclan con latinoamericanos, norteamericanos, gente que llega de otras partes de Europa u otras Españas. Pero casi todo está en el filo:


“Oye, aquí no puedes apartar lugares. Yo no lo hago, y pago impuestos. ¿Tú pagas impuestos?”,

preguntó una anciana que paseaba por las Ramblas y se detuvo a aleccionar a una turista, quien había colocado su bolso en una banca pública, mientras esperaba a su pareja que traía unas bebidas para acompañar su descanso.

Pues claro, “los turistas son una plaga”, como repiten muchos catalanes en público y en privado, en la radio, en la tele o los periódicos. Sin embargo, montan todo para atenderlos lo mejor posible: llevarlos a las ramblas, a disfrutar de las obras de Gaudí, a un partido del FC Barcelona o a pasear tranquilamente por alguna de sus céntricas calles, tan accesibles por el gran diseño de movilidad urbana que poseen. Todo eso cuesta. Si pagas está bien: bienvenido seas. Si no, pues molestas un poco. ¿Que confunde? Sí, pasa un poco mientras pagas, o alimentas el prejuicio.

texto - Juan Levid 
ilustración - Patrick Vertino